Hace años que no frecuento zonas oseras en épocas de avistamiento, aunque no critico su práctica, reconozco que he visitado estos lugares asiduamente en mis comienzos, y que he vivido en ellos algunos momentos de lo más emocionante, desde hace tiempo han perdido todo o casi todo el interés que antes despertaban en mi; demasiada gente, ruidos y por qué no decirlo algún enfado provocado por gente que no sabe estar... No soy de los que piensa que mi presencia y la de mis amigos no molesta a la fauna en el monte y que la de los demás sí, creo que un alto porcentaje de la gente que desarrolla esta afición tiene ética y respeto por el animal en cuestión y además pienso que es un bien de todos y que con unas normas básicas se puede disfrutar en general y hasta ciertos límites del hermoso mundo salvaje. De estas experiencias pasadas me he enriquecido como decía de apasionantes observaciones, pero nada que ver con un encuentro fortuito después de varias horas de caminata, que no te esperas, que no planeas, con el que siempre has soñado...
Luz a favor, viento en contra y la cámara al hombro preparada para disparar; ese puede ser el mayor anhelo de un fotógrafo de vida salvaje ante una oportunidad única... Y así de esa manera tan idílica, en una jornada en la que simplemente salí al reencuentro con la naturaleza sin más intenciones que desconectar, en algún romántico lugar de la Cordillera Cantábrica ocurrió...
Reconozco que hubo un instante de miedo, pero sin alardear de valentía, diré que fue muy breve, duró exactamente el tiempo que tardó en aparecer el sentimiento de culpabilidad. No había programado ni buscado el encuentro, no me había acercado a él intencionadamente, no sabía que estaba allí, simplemente nos encontramos...
Culpabilidad porque lo gratificante que puede ser este encuentro para algunas personas, quizás sea todo lo contrario para el bicho y los osos son muy sensibles a la presencia humana, así que con la cabeza muy fría agaché la mirada, no hice más fotos, me guardé el ego y aún no sé por qué, adopté una postura sumisa, como si yo fuera otro animal; me comuniqué corporalmente. Hoy tranquilamente delante del ordenador me sorprendo a mi mismo por haber reaccionado así, nunca me hubiera imaginado interactuando de esa manera, quizás apareció el instinto de supervivencia, delante a muy pocos metros tenía un superdepredador de grandes dimensiones al que le sentía hasta la respiración, no sabía como podía comportarse con mi compañía y reculé... sin perderle la cara y sin perderle de vista; mirada al suelo, mirada al oso y marcha atrás muy despacio puse más metros entre aquella belleza de la naturaleza y yo, aquel heredero de la montaña salvaje de la Cordillera Cantábrica, ese tesoro vivo que aún resiste pese a los intereses humanos , aquella bestia representaba tanto que estaba profundamente emocionado. Cuando conseguí pasar de nuevo el "collao" pero al lado contrario, donde ya no había contacto visual con el plantígrado, aceleré el paso, me fui de allí quedando marcado seguramente para siempre... estuvimos muy cerca, más de lo que el y yo hubiéramos querido. No puedo disimular que me siento afortunado , soy consciente de que nada pude hacer para evitarlo y también sé que de haberlo visto de lejos nunca me hubiera acercado al igual que otras tantas veces que he visto osos a distancias prudentes.
Luz a favor, viento en contra y la cámara al hombro preparada para disparar; ese puede ser el mayor anhelo de un fotógrafo de vida salvaje ante una oportunidad única... Y así de esa manera tan idílica, en una jornada en la que simplemente salí al reencuentro con la naturaleza sin más intenciones que desconectar, en algún romántico lugar de la Cordillera Cantábrica ocurrió...
Todo sucedió en menos de un minuto, algo menos de sesenta larguísimos segundos y a no más de veinte escasos metros de distancia . En esos instantes la cabeza piensa rápido, intenté que las emociones no me bloquearan y me hicieran fallar por perder los nervios, y disparé, disparé bien. Yo acababa de coronar el "collao", el sol estaba completamente en mi espalda, el viento tampoco me delataba, aún así tardó muy poco en reconocer mi silueta bípeda, entonces me miró y se paró, no me veía bien, el oso avanzó interesándose en mi...